Busqué desesperadamente el paraguas en el bolso mientras salía de la Iglesia de San Francisco. Afuera estaba lloviendo. Desde la zanja podía observar las carreras de los transeúntes en busca de uno de los taxis que circulaban por el asfalto mojado. Un joven de piel chocolate hacía desesperados intentos de detener uno. Pero los taxis, apenas hacían el amago de frenar, le observaban y volvían a pisar el acelerador. El joven, empapado, persistía, pero sólo consiguió que le salpicaran los coches al pasar. El mendigo de la ceiba, cubierto con un plástico transparente, se incorporó para dirigirse hacia el joven. Mientras avanzaba, miraba hacia atrás, comprobando si los cartones sobre los que se sentaba continuaban en su árbol. Aquel árbol era el símbolo de la igualdad, no negaba su techo a nadie...
El mendigo siempre llegaba a la misma conclusión...Los taxis podían negar a los negros, pero ese árbol nunca negaría su techo a nadie.
El mendigo siempre llegaba a la misma conclusión...Los taxis podían negar a los negros, pero ese árbol nunca negaría su techo a nadie.
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